Con la espada aclarando camino

Por: Reinaldo Cedeño Pineda

Santiago de Cuba, 9 oct.- El Che en la lavandería del hospital de Vallegrande. El Che tendido. La imagen terrible captada por el boliviano Freddy Alborta. El Che muerto, terriblemente muerto. Y solo, terriblemente solo. Cintio Vitier se asoma:

«Derrumbado en el hielo de la muerte / por el plomo que fuiste a procurarte / en la lucha feroz, no estás inerte (…) / arqueado el torso roto, el rostro aparte / de la sombra que quiere conocerte / parece que ya vas a incorporarte».

La poesía es la respuesta. La poesía es la respuesta definitiva.

Busco refugio en otra imagen, la de Alberto Díaz, la de Korda. Fría tarde de marzo, 1960, sabotaje al barco francés La Coubre, funeral de las víctimas. El Che se acerca a mirar el río de gente. Su mirada llena el objetivo: una concentración profunda, una pregunta en suspensión, un lago contenido. Korda dispara. Será medio minuto para la eternidad.

El Che también dispara… pero ahora son balas. Es Bolivia. Es 1967. El cañón del M-2 queda inutilizado en la quebrada. Lo trasladan a La Higuera herido en ambas piernas. La Paz ya no será la paz, sino el conjuro. Luna filosa la del 9 de octubre. El verdugo embriagado, vacila:

«¡Dispara, cojudo!», dice el Che…

Una ráfaga de la cintura hacia abajo. Luego, la bala fulminante. «El crimen fue en Bolivia / No fue Bolivia», escribe el poeta Joaquín Marco. Y Benedetti escribe, consternado, rabioso: «Da vergüenza el confort / y el asma de vergüenza / cuando tú comandante estás cayendo».

Guillén, consternado, visionario: «Y no porque te quemen / porque te disimulen bajo tierra, / porque te escondan / en cementerios, bosques, páramos, / van a impedir que te encontremos, / Che Comandante,/ amigo».

Treinta años. ¡Treinta años después en Santa Clara! Llegas junto a tus compañeros. «Vienen convertidos en héroes, eternamente jóvenes», dice Aleida Guevara. Saca la voz del más allá. Tú mismo lo escribiste, Ernesto. Tú mismo, poeta, filoso, espejo, caballero andante: «Y si en nuestro camino se interpone el hierro / pedimos un sudario de cubanas lágrimas / para que se cubran los guerrilleros huesos / en el tránsito de la historia americana».

Tendría tantas cosas que preguntarte, Che, tantas… pero solo me queda la poesía, solo me queda el aire. Y esta canción antigua de Mirta Aguirre, estas palabras:

«¿Dónde estás, caballero seguro / caballero del cierto destino? / Con la espada aclarando camino / al futuro señora, al futuro / ¿Dónde estás, caballero de gloria, / caballero entre tantos primero? / Hecho saga en la muerte que muero: / hecho historia, señora, hecho historia».

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