Un nombre de culto: Reynaldo Miravalles

Un 31 de octubre se apagó la risa y la luz. En 2016, hace ocho años, falleció en su Habana natal, con 93 años por complicaciones derivadas de varios padecimientos residiendo junto a su familia en Miami (La Florida, Estados Unidos de América) desde mediados de los años 90 sin perder vínculos con Cuba, el genial actor habanero (antológico humorista) Reynaldo Agustín Miravalles de la Luz, nacido el 22 de enero de 1923 en el Callejón del Chorro (hoy Habana Vieja); el primer arte que le motivó fue la pintura y hacia 1940, con 17 años, matriculó en el curso nocturno de la escuela anexa de San Alejandro.

Por dificultades económicas no pudo seguir estudiando, y en 1944 debutó en el programa radial humorístico de la emisora La voz de los ómnibus aliados; desde entonces, trabajó en casi todas las emisoras radiales de La Habana, destacándose en la más famosa serie humorística de antaño: La gran corte, cuyo guionista Castor Vispo lo incluía eventualmente como Yeyo Carreras, y donde siempre fue contrafigura y apoyaba a la estrella que hacía reír: Leopoldo Fernández; entonces radial, luego fue televisiva.

Había actuado mucho en teatro (hizo multitud de obras, considerándosele su mayor éxito en el clásico cubano Santa Camila de La Habana Vieja) cuando a fines de 1950 comenzaba la televisión en Cuba, donde primero fue un extra sentado en una silla y luego un protagónico junto al gran José Antonio Rivero, pero en 1951 recibió el premio del actor más destacado del año por su detective en El hombre flaco; también haría dramáticos en el Canal 4 y fue un exitoso presentador de concursos, como lo recuerda Yin Pedraza Ginori; y tras 1959, decenas de personajes en Teatro ICR, El Cuento y Grandes Novelas, así como “su perfecto Sherlock Holmes”, medio que nunca abandonó y en el que interpretó cientos de personajes.

En el cine debutó en el filme Papa Lepe (Venezuela, 1957) y desde que se fundó el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic; marzo de 1959), se fue perfilando como uno de los actores de mayor fuerza interpretativa del nuevo cine cubano y en los personajes más opuestos, en varias de las cintas más destacadas: “El herido” (1960; una de las tres partes de Historias de la Revolución, interpretando un humilde lechero que se ve involucrado en la insurrección; dirigida por Tomás Gutiérrez Alea “Titón”); El Joven Rebelde (1961, director: Julio García Espinosa, concebido por el mítico guionista del neorrealismo italiano Cesare Zavattini), donde encarnó a un cruel e inescrupuloso esbirro batistiano; Las Doce Sillas (1962, también de “Titón”), como el picaresco chofer de un aristócrata disminuido por la Revolución (interpretado por otro inmenso: Enrique Santiesteban) quien había ocultado diamantes en unas sillas que serían confiscadas y subastadas por el nuevo gobierno, y que ahora buscaban desesperadamente; y actuó en Preludio II (1963), película alemana dirigida por Kurt Maetzig.

Actuó brevemente en el filme Una pelea cubana contra los demonios (1971, igual de “Titón”) y su personaje más popular a pesar de sus escasas apariciones, fue Cheíto León, jefe de un grupo contrarrevolucionario alzado en las montañas del Escambray al centro del país, durante la “lucha contra bandidos” en los años 60, en la película El hombre de Maisinicú (1973, dirigida por Manuel Pérez Paredes), personaje del cual se valora que diez de sus frases pasaron al acervo popular, donde de diez de las frases más recordadas de todo el cine cubano, tres son de Cheíto León (“Alberto Delgado, cará”); protagonizó Rancheador (1976, director: Sergio Giralt) como Francisco Estévez, violento perseguidor de esclavos fugitivos; actuó en El recurso del método (1978, dirigido por el chileno Miguel Littin, con quien repetiría en La viuda de Montiel, 1980, y en Alsino y el Cóndor, 1982, nominada al Premio Oscar) e integró la aristocrática familia que se refugió en su palacete frente a las transformaciones de la Revolución en Cuba, en Los sobrevivientes (1978, nuevamente con “Titón”), finalista competidora por la “Palma de Oro” en el Festival de Cannes, Francia, igual que Tiempo de morir (1985), dirigida por Jorge Alí Triana.

La inolvidable periodista y crítica de cine, radio y TV. Paquita Armas Fonseca rememoró cuando empezaron a trasmitir la telenovela humorística de Maité Vera, La peña del león (1976), donde un personaje lo aportó Miravalles: el recio y afable guajiro Melesio Capote, “el guajiro más guajiro de todos, el que hizo reír hasta a las piedras”, según Yin Pedraza Ginori, y al llegar al aeropuerto de La Habana, ya todos le llamaban Melesio Capote; “desde entonces, mucha gente en la calle me dice así”, con cuya gracia lo recuerda Alexis Valdés lo recuerda cuando compartieron en el tan popular y perdurable Alegrías de Sobremesa (Radio Progreso), donde no fue tan sistemático pero sus aportes fueron admirables, al tiempo que recuerda a Sergio Giral cuando lo citó ejemplificando para ser “más sutil, más contenido (…) tan inteligente (…) en el momento más fuerte de El Rancheador, en su primer plano, solo se le veía un ligero temblor en un ojo”; en Miami Alexis lo invitaría a su programa de televisión e interpretaron algunos sketches, aunque ya por momentos le fallaba la memoria.

Melesio fue de sus celebérrimos personajes que llevó a otros espacios y tribunas; no era precisamente inteligente: terco negado a dejar su tierra por la urbe, que igual bondadoso y jovial, regalaba sonrisas por todas partes, mas ante el menor desliz se acomplejaba y farruco, se apresuraba a “defender su honor” a punta del machete en su cinto para pavor de todos, aunque la sangre nunca llegaba al río; “Melesio cará”, fue de esas expresiones que quedaron en nuestra cultura popular, igual que “mi´a pa´ eso, cará”.

Este, su personaje más popular entre tantos que nos regaló (no olvidemos Leoncio Garrotín ni Rompecocos), contó con la complicidad de Valeria, “la guajira” de otra inmensa: Eloísa Álvarez Guedes. Soy de los que defienden la caricatura como gran arte, y ejemplos sobran; por eso no tengo reservas si lo clasifican como tal, puntualizando que arte al fin, carecía del facilismo del chiste grueso y la burla de aquello que caricaturizaba.

El gran músico con quien trabajó, José María Vitier García-Marruz, lo recuerda como “el malo” en series de televisión como En silencio ha tenido que ser (donde era “el Coronel García”), Julito el Pescador y El regreso de David; con Erdwin Fernández participó en Si no fuera por mamá, y en la serie Hermanos era el villano “capitán Domingo Carmona, cazador de bandidos”.

En el cine, tras Polvo Rojo (1981, director: Jesús Díaz) y El señor Presidente (1983, versión cinematográfica de Manuel Octavio Gómez sobre la novela del guatemalteco Miguel Ángel Asturias) protagonizó con otra infinita: Consuelito Vidal, y los jóvenes ya descollantes Beatriz Valdés y Albertico Pujols, una de las más trascendentes, populares y multi-premiadas comedias de todo el cine cubano: Los pájaros tirándole a la escopeta, con música de Los Van Van (1984; director: Rolando Díaz),  donde es un chofer de ómnibus entrado en años que se enamora de su coetánea madre del novio de su hija; y ganaría Premio Caracol de actuación masculina de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) como Pedro Cero por Ciento en la comedia dirigida por Luis Felipe Bernaza (con quien repetiría en 1988 en Vals de La Habana Vieja), De tal Pedro tal Astilla (1986), recreación humorística cubanizada del clásico shakesperiano del siglo XVI-XVII, Romeo y Julieta, sobre un campesino cubano con un récord en natalidad vacuna.

En una de las películas cubanas más polémicas y cuestionadas (la comedia de humor negro Alicia en el pueblo de Maravillas, 1991, de Daniel Díaz Torres; despuntando el llamado “Período Especial” tan difícil para Cuba) era el diabólico líder del remoto pueblo cubano al que deportaban a los que eran degradados de sus cargos; y en Mascaró, el cazador americano (donde encarnó al Príncipe Patagón, reconociéndosele “el difícil equilibrio entre ironía, teatralidad y humanidad”, 1992, dirigida por Constante “Rapi” Diego, con quien ya había filmado en 1985 El corazón sobre la tierra, que en el Festival Internacional de Cine de Cartagena en Colombia había ganado el Premio “Catalina de Oro” de actuación masculina “ex aequo”) ganó el Premio Coral de actuación masculina del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. En 1994 filmó dos mediometrajes de ficción: el colombiano El Reino de los Cielos, dirigido por Patricia Cardoso, y el cubano concebido para una trilogía (con Madagascar y Melodrama) Quiéreme y verás, con Rosita Fornés, dirigido nuevamente por Daniel Díaz Torres.

Ya residiendo en los Estados Unidos, tras la serie para televisión Aguamarina dirigida por José Antonio Ferrara (1998), en 2003 se le cita en dos largometrajes de ficción: Soñando con Julia (coproducción Estados Unidos de América-Alemania-Republica Dominicana, dirigida por Juan Gerard); y recomendado por Alexis Valdés, fue Don Angelito, un veterano agente de la CIA junto a actores de fama internacional como Saffron Burrows y Harvey Keitel, en la coproducción España-Reino Unido de la Gran Bretaña-Italia-Portugal-Cuba-Francia, director: Gerardo Herrera, El misterio Galíndez (2003), basada en la novela de Manuel Vázquez Montalbán, con el premio San Sebastián; en el documental español (35 minutos) Actrices, actores, exilio (2005), nuevamente con Rolando Díaz, director con quien reitera en Cercanía (2008), sobre la relación de un padre con su hijo y la vida de los emigrantes cubanos en Miami.

Su última película fue en Cuba: Esther en alguna parte (2013; director: Gerardo Chijona), sobre novela homónima de Lichi Diego, singular duelo actoral con otro grande: Enrique Molina, donde encarnó a Lino Catalá, que según Vitier, músico del filme, fue “una clase magistral de actuación y una expresión entrañable de sinceridad artística y cubanía”, y Miravalles lo valoró como “el personaje mejor escrito que había interpretado”; a pesar de su sinsabor porque los adultos mayores pierden opciones relegados para hacer cine, ni a él le interesaba trabajar si el argumento no valía la pena. También se cita La casa vacía (2015; Cuba-Estados Unidos), dirigida por Lilo Villaplana a partir de un relato de su libro de cuentos Un cubano cuenta.

El actor Jorge Ferdecaz afirmó, aunque “no sé mover un peón” me sentaba a verlo a jugar ajedrez en el Club Capablanca de la calle Infanta; entre otros de sus hobbies se han citado las lámparas Art-Nouveau que confeccionaba con mucha maestría e incluso, comercializaba.

Considerado por Robin Pedraja (Ceo Vistar Magazine) nombre de culto para el cine y la televisión en Cuba, yo añadiría, y de la radio también. Muchos se quejan de que no se llegó a reconocer con el Premio Nacional de Cine… lo que compensa con creces que para muchos, es el mejor actor cubano de todos los tiempos; no soy partidario de las absolutizaciones, y son palabras mayores en un país con tantos actores mayúsculos… pero sin la menor duda, por ahí anda. Eso sí.

Radio Cubana

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