CHE, UN ANIMAL DE GALAXIA

El 14 de junio de 1967, en su  cumpleaños 39, Ernesto Guevara no destapó ninguna cerveza ni su hogar fue convite de amigos. Estaba lejos de las comodidades y escribiría en su diario: “Pasamos el día en la aguada fría, al lado del fuego, esperando noticias… se acerca inexorablemente una edad que da qué pensar sobre mi futuro guerrillero; por ahora estoy entero”.(1)

   Unos meses después, unos pocos, ante su detención y su muerte, ocurridas entre el 8 y el 9 de octubre de 1967, el poeta uruguayo Mario Benedetti escribe en su poema “Consternados, rabiosos”:  

da vergüenza el confort

y el asma da vergüenza

cuando tú comandante estás cayendo

   Solo ideas muy firmes podían sostenerle en los agrestes parajes de Bolivia, lo levantaban de aquel cansancio “como si me hubiera caído una peña encima”, (2) según sus propias palabras.

   Había renunciado a puestos muy codiciados en este mundo  Quizá tenía algo de asceta en su desprendimiento material. El trovador Silvio Rodríguez lo pintó como “un ser de otro mundo… un animal de galaxia”.

   Su sinceridad, a veces, podía tornarse ríspida, pero nunca pidió sacrificios que él mismo no fuera capaz de hacer. Nunca recibió cuotas de alimentos extras ―ni él ni su familia―, en medio del racionamiento. Rechazaba los regalos exclusivos, todo aquello que oliera a prebenda. Los privilegios egoístas le quemaban.

La icónica foto del Che tomada por Korda

   Impresiona siempre aquella imagen del Che de mirada profunda, cabellera batida por el viento, estrella en la boina. La de Alberto Díaz (Korda) en La Habana, tomada una fría tarde de marzo de 1960, durante el acto de despedida a las víctimas de la explosión terrorista del vapor La Coubre. Aquella es, ya se sabe, una de las fotografías más famosas del mundo.

   De otra manera, conmueve la fotografía de su cadáver, tirado, despeinado, duramente muerto en la lavandería del hospital de Vallegrande. Fue la revelación de su mortalidad, sobre todo, de su desprendimiento.

   Nicolás Guillén lo adelantaba: “Y no porque (…) te escondan / en cementerio, bosques, páramos, / van a impedir que te encontremos”. Su hija Aleida Guevara, treinta años después de su muerte, recibe sus restos y los de sus compañeros de la guerrilla. “(…) no llegan vencidos. Vienen convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes, audaces. Nadie puede quitarnos eso”, afirma. (3)

   El Che entró hace mucho en el universo intangible del mito. Aunque sea venerado en las serranías de Bolivia como San Ernesto de la Higuera, no fue un santo. Fue un hombre en toda su humanidad. Sus imágenes son íconos y se repiten en sellos, pegatinas, ropas… mas el Che no es el adorno de un llavero ni una foto en la solapa.

   El Che anda siempre vigilante, está allí, como dijo el poeta cubano Eliseo Diego, “donde nunca jamás se lo imaginan”.

Notas

 (1) Nota del 14 de junio de 1967 en Diario del Che en Bolivia, Editora Política, La Habana, 1988, p. 247

(2) Nota del 14 de marzo de 1967 en Diario del Che en Bolivia, p.123.

(3) Palabras pronunciadas por Aleida Guevara March en el acto solemne de recibimiento a los restos del Che y sus compañeros caídos en Bolivia, el 12 de julio de 1997.

(Foto de portada. Tomada de Internet)

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