LA INCREÍBLE historia de “IRÉ A SANTIAGO”

Inflamar a un poeta es tocar el sol. ¿Quién habrá prendido la antorcha de Federico García Lorca?  Muy fuerte debió ser, muy convincente, cuando el escritor mimado en La Habana, decidió tomar un tren de la época, saltar casi mil kilómetros y traer su anatomía hasta Santiago de Cuba. Era 1930.

   Pero, antes de entrar a la ciudad, llegaron sus versos. Cargados de simbolismos y de sensualidad. El poema se llama Son, otros le nombran Son de negros en Cuba y casi todos le conocen como Iré a Santiago. Fue dedicado al etnólogo Don Fernando Ortiz.

La letra y la música han saltado las geografías y el tiempo para convertirse en un himno:

Cuando llegue la luna llena

iré a Santiago de Cuba.

Iré a Santiago

en un coche de agua negra.

Iré a Santiago.

Cantarán los techos de palmera.

Iré a Santiago.

Cuando la palma quiere ser cigüeña.

Iré a Santiago.

Y cuando quiere ser medusa el plátano.

Iré a Santiago.

Con la rubia cabeza de Fonseca.

Iré a Santiago.

Y con la rosa de Romeo y Julieta

Iré a Santiago…

 Más de uno cuestionó durante años que Federico García Lorca (1898-1936) hubiese ido de la inspiración a la realidad, pero reportes de prensa, fotografías y autógrafos despejaron toda duda. A un admirador le regaló su Romancero gitano y en el libro obsequiado a una dama dejó estampado con sus inconfundibles rasgos: “Santiago 1930”. Transitó una ciudad que sabe dar abrazos, que no teme mirar a los ojos.

  El escritor Ricardo Repilado (1916-2003) nos entregó su testimonio excepcional: “Vi a Lorca en casa de Federico Henríquez y Carvajal, intelectual dominicano y médico que vivía con su familia en Santiago. Había ido allí porque andaba enfermo del estómago, pero no parecía sentirse muy mal… porque se reía mucho, hablaba muy animadamente y a nosotros, los muchachos, nos fascinó”.

   El 4 de junio de aquel año, el diario santiaguero La Independencia reseña su presencia en el Pabellón Barceló de la Escuela Normal para Maestros: “El amplio centro docente se vio pletórico de concurrencia selecta y distinguida, y ocupó la tribuna el distinguido intelectual señor García Lorca, que pronunció brillante conferencia esmaltada de párrafos hermosísimos”.

 Cuando un poema se inflama

   El compositor y profesor Roberto Valera Chamizo (La Habana, 1938) también tenía el sueño de ir a Santiago de Cuba. Había estudiado en la Escuela Superior de Música de Varsovia, mas nunca había viajado hasta la urbe del oriente cubano.

Roberto Valera, autor de la composición coral con versos de Lorca. Foto / Internet

   Lorca no sería músico, pero el poema demuestra que no era ignorante en la materia. Valera se dejó tocar por la apasionada letra lorquiana  y entregó su versión coral de Iré  a Santiago, que incluye la llamada ‘música de bemba”: aquella que hacían los esclavos en los barracones cuando no tenían instrumentos percutivos.

  El poema llegó a Santiago de Cuba de manos del compositor catalán José Ardévol (1911-1981). España de autora. España de emisaria. La carta, fechada el 30 de marzo de 1970, tenía como destinatario a Electo Silva,  director del Orfeón Santiago. Aquel coro era su joya ―lo sigue siendo―, y la confianza era total.

Calle Enramadas, Santiago de Cuba. Foto: Reinaldo Cedeño

Aquel canto fue rápidamente asumido, con una introducción ritmática y el regodeo de algunos versos, y se ha convertido en un himno. De Lorca a Varela, a Electo, al Orfeón, a una ciudad, a Cuba.

¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!

Iré a Santiago.

¡Oh cintura caliente y gota de madera!

Iré a Santiago.

¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!

Iré a Santiago.

Siempre dije que yo iría a Santiago

en un coche de agua negra.

Iré a Santiago.

Brisa y alcohol en las ruedas.

Iré a Santiago.

Mi coral en la tiniebla.

Iré a Santiago.

El mar ahogado en la arena.

Iré a Santiago.

Calor blanco, fruta muerta.

Iré a Santiago.

¡Oh bovino frescor de cañavera!

¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!

Iré a Santiago.

(Imagen de portada: Federico García Lorca/ Internet)

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