Poesía Feroz

Enorme, intensa, brutal, feroz… es decir, la poesía. La que te sacude, la que te vuelca. Aquel susurro hecho alarido. Aquel rasguño en la piedra. La poesía como voz del silencio y de los silenciados. Amor siempre, aunque sean dolores. Como Heredia, José María, en el hielo del destierro, entreabriendo  la rabia colonial, con la marca de los precursores. Dos versos lapidarios en su himno: “Que no en vano entre Cuba y España / Tiende inmenso sus olas el mar”.

Plácido hizo de la tierra endurecida su altar en El juramento. Poesía de las venas, poesía de tantas encrucijadas, poesía de la cubaría infinita. El soneto será su propia vida, su propia muerte: “(…) Ser enemigo eterno del tirano, / manchar si me es posible mis vestidos / con su execrable sangre, por mi mano // derramarla con golpes repetidos, / y morir a las manos de un verdugo / si es necesario por romper el yugo”.

La tierra como arcilla vital, la patria íntima… y sin embargo, la partida, los adioses, la quebrada.  A esa circunstancia se asoman la Avellaneda y la Zambrana, ambas en el albor de sus vidas. El latido decimonónico sigue en nuestras arterias. La Peregrina parte del puerto de La Habana hasta la metrópoli española. La dama cobrera ve perder en lontananza su pedazo de patria oriental. Los tonos son distintos: una rompe, otra grita; una desde el basalto, otra desde las lágrimas; mas la esencia es idéntica, la atmósfera, perfecta:

¡Adiós, patria feliz, edén querido! / ¡Doquier que el hado en su furor me impela, / tu dulce nombre halagará mi oído! / ¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela… // el ancla se alza… el buque, estremecido, / las olas corta y silencioso vuela.

(Al partir)

“Cuando abatida vi, del mar salobre/ las sierras melancólicas del Cobre / sus frentes ocultar, / con aflicción profunda y penetrante / me cubrí con las manos el semblante / y prorrumpí a llorar” (…) ¡Oh Cuba! si en mi pecho se apagara / tan sagrada ternura y olvidara / esta historia de amor, / hasta el don de sentir me negaría / pues quien no ama la patria ¡oh Cuba mía! / no tiene corazón”. .

(Adiós a Cuba

De amores y de su envés, el desamor, escribe La Loynaz, Dulce María, nuestra Cervantes. Su definición de amor desbroza varias capas piel adentro y se vuelve filosa. Su metáfora es, en verdad, una revelación: “Amor es ponerse de almohada / para el cansancio de cada día; / es ponerse de sol vivo / en el ansia de la semilla ciega / que perdió el rumbo de la luz / aprisionada por su tierra / vencida por su misma tierra”.

(Tomada de La Jiribilla y adaptada para esta publicación)

Visitas: 527

Entradas relacionadas