Recordando a Don Miguel

Miguel Matamoros debe ser el santiaguero más conocido en el mundo. Seguramente en Panamá, en Francia, en Australia y en Polinesia, cualquiera puede responder sin problemas quién es el autor de Son de la loma.  
Quizás lo que pocos sepan es que este 15 de abril, hace 50 años, perdìamos a Don Miguel. Y nosotros, santiagueros, cubanos todos, estàbamos de luto.

 Porque su música, y sus letras, llevan el sabor de esta ciudad y su gente, en sus alegrías y tormentos, con sus penas y sus pasiones. Las lomas de la ciudad, el calor de sus tardes, el olor a café y las puertas entrejuntas, sujetas con aldabas. Y el regocijo, la juntamenta, la algarabía del alcohol, las cinturas estrechas y la virilidad del tabaco. 

Todo eso, inconscientemente, llena las letras de las canciones de Matamoros. Porque sus canciones se hicieron con anécdotas de barrios, como la niña que en el café La Diana preguntaba de dónde eran los cantantes, con personajes populares, como aquel que sembró su maíz, o chismes y mal entendidos como el de la mujer de Antonio. 

Esa gracia, ese donaire que le atribuyen al santiaguero, y por extensión al cubano, no sería tal si don Miguel no la hubiera cantado, con un talento sin par, haciéndola escuchar  por medio mundo. Por eso no es exagerado afirmar que todos nosotros, así como nuestros padres y abuelos, salimos de una canción de Matamoros. Todos estamos allí, en sus coros sabrosos, y con sus lágrimas negras.    

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