La encrucijada de la programación cultural

Por: Reinaldo Cedeño Pineda

Santiago de Cuba, 3 dic.- “Arte es huir de lo mezquino, y afincarse en lo grande”, escribió José Martí con su verbo encendido de siempre. A esa grandeza han de apuntarse las instituciones y proyectos que conforman el espectro cultural cubano. Los centros urbanos, los poblados más pequeños y las áreas rurales, todas tienen derecho a disfrutar e interactuar con una programación que refleje la riqueza cultural creada.

Sin embargo, poner esa multiplicidad al alcance de los públicos ―una propuesta teatral, un pasacalle, una exposición, un concierto― exige una preparación previa que tenga en cuenta factores como jerarquía artística, horario adecuado, escenario coherente; sin olvidar la tradición de cada lugar y las especificidades de cada manifestación.

A primera vista, pudieran parecer verdades de Perogrullo; pero tantas veces la improvisación, la copia acrítica de una propuesta que se traslada de un lugar a otro, el abuso del espacio público y la poca exigencia del talento artístico seleccionado, echan por tierra el esfuerzo concebido… que resulta imprescindible remarcarlas.

La programación cultural presupone un personal capacitado y adiestrado para saber con qué contamos y cómo sacar el mejor partido a esa pluralidad de posibilidades. Los caprichos son pedradas.

Es loable incentivar la pasión por la lectura, por supuesto, mas deviene absurdo hacer competir la presentación de un libro con una descarga musical, como tantas veces hemos visto. La lectura de un poema necesita un entorno específico, un público atento y concentrado; muy diferente del ambiente de distensión propio de un bailable, sin que ese signifique que estemos apostando por uno en detrimento del otro.

En verdad, se gastan muchas balas de salva en mixturas infelices.¿Por qué insistimos en ellas? ¿Por qué tanta terquedad?

Permítaseme otro ejemplo. Que el arte lírico, con toda su magnificencia, quiera conquistar nuevos públicos, es meritorio; mas ubicar a sus cultores en cualquier sitio, en nada contibuye a tal propósito. Quisiera olvidar aquella noche sabatina donde artistas y compositores se agolpaban en un oscuro parqueo. Tal vez el informe de la programación resultara muy variado, pero su concreción fue un desastre.

El enfoque cuantitativo a la hora de validar una programación cultural suele esquivar más de una deficiencia, más de una sinrazón.

Los conceptos son piedras de toque de cada actividad humana. Perderlos, es perderse. La cultura no es un sucedáneo, un adorno, una actividad, un complemento. Confundir cultura con mero entretenimiento es la base de muchos equívocos, de muchos irrespetos.

La programación cultural no es una sumatoria ni un rompecabezas: es el arte de justipreciar cada creación, de avistar la manera más efectiva de que su producción espiritual se expanda, se realice, se convierta en carne y savia de la gente.

Nuestro país defiende a la cultura en su más amplia concepción, que incluye además de las artes tradicionales, las investigaciones, los ritos, las tradiciones o la espiritualidad popular. Existen ejemplos postivos, sin duda alguna, grandes nombres y grandes instituciones al lado de otras más modestas, pero de no menos encomio; pero también ha de reconocerse que todavía el facilismo ―y su veneno más persistente, una bocina en cualquier parte― necesita una sacudida.

Se impone una mayor capacitación para aquellos que se encargan de la programación habitual, en teatros, espacios, ferias… porque sus decisiones influyen de una u otra manera sobre todos.

El III Taller Cultura y Sociedad ―que tuvo lugar recientemente en Santiago de Cuba, auspiciado por la UNEAC del territorio―, abordó con profundidad este y otros aspectos de nuestra vida cultural. No por gusto, entre sus conclusiones emergió “la necesidad de un diagnóstico social para tener en cuenta las necesidades y expectativas de los diferentes sectores”.

Ese acercamiento a los públicos suele ser asignatura pendiente en más de un caso, en más de un teatro, en más de una comunidad, en más de una ciudad. Es hora de barrer esta justificación, aquella otra… y sopesar los efectos negativos de esa carencia.

La sentencia de que la calidad se impone resulta sobrepasada a la luz de hoy. La calidad hay que ayudar a imponerla. Es preciso repensar y rediseñar más de una acción que suele integrar de manera habitual la programación cultural cubana. Urge hacerlo, para que ―como dijo El Maestro― se revele y prevalezca lo mejor, para poder huir de lo mezquino y afincarse en lo grande.

Visitas: 57

Entradas relacionadas