Mayra Caridad: la dama del jazz en Cuba

Tomado de: Periódico Granma

Cachita, como muchos la llamaban, era una figura más que necesaria en la escena cubana y, aunque su relevancia la obtuvo mayoritariamente gracias al jazz, son indudables sus aportes y las mezclas no solo a ese género, sino a la música cubana en su sentido más amplio. Justamente a ella le dedicó el merecido premio Grammy que acaba de obtener su hermano, el relevante pianista Chucho Valdés.

Proveniente de una ilustre saga familiar musical, su temprana definición como cantante le permitió marcar terreno propio y, como tal, comenzar una carrera que estaría llena de éxitos, aunque no exenta de los tropiezos lógicos que impone la vida. Su mayor aporte –hoy legado– es la definición con la que nombro este artículo, sobre todo si reunimos una serie de aristas que, en su momento, fueron de índole casi titánico para cualquier cantante cubana. Es decir, en época donde la canción –y por ende sus cultoras– se esmeraba en acariciar las tendencias más auténticas por un lado y las más renovadoras por el otro, Mayra apostaba por una rama no tan agraciada para muchos, pero emparentando así su vida a un estilo que trajo no pocos dilemas en algunos círculos musicales, sociales y políticos de entonces.

Uno de sus grandes méritos es el haber sido negra y abrirse paso, no en lo folclórico per se, ni evocando rezos desgastados de caricatura musical: parte de su riqueza sonora nace en la amalgama de tanta música de islas y continentes, apoderándose de una música común que tuvo en el jazz, pero también en los batá, una singular peculiaridad, una simbiosis aglutinadora que pocos avizoraron en tempranos años.

Mayra no fue solo la hermana de Chucho o la hija de Bebo, lo cual es también correcto y ético resaltar (amén de más hermanos, sobrinos y familia talentosa). Considero un error musical e histórico tal denominación parental, como si apenas su obra y temperamento no hubiesen brillado con luz enteramente propia, o estuviera relegada en otros ámbitos. Mayra fue un eslabón –para nada perdido– bien intenso y cuyo lenguaje espiritual fue entendido por grandes en Cuba y fuera de esta, lo cual le permitió ocupar parnaso de igual a igual en un universo sonoro donde la mujer músico en la Isla no tenía conquistas jazzísticas hasta ese instante, aunque bien es cierto que hubo vasos comunicantes que valdría la pena abordar con creces en el futuro entre nombres antecesores como La Lupe o Freddy.

Pero indudablemente hay un antes y un después de Mayra en el jazz cubano y la descarga, en esa bohemia exacerbada que erizaba al más cauto de los presentes. Y aunque faltaron discos y alguna que otra promoción en su carrera, creo no equivocarme en definirla como telúrica y electrizante, cubana ancestral y portadora de inigualable poder escénico. Todo ello a la vez de ufanarnos en decir que vivió aquí, junto a nosotros.

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