Sindo Garay: La novela de nuestras vidas

 Cada 12 de abril, al caer la tarde, los santiagueros deberían hacer un alto de cinco minutos, y cantar bajito los primeros versos de esa canción: “la luz que en tus ojos arde, cuando los abres amanece/ cuando los cierras parece que va muriendo la tarde”. Sería un bonito homenaje a Sindo Garay, el santiaguero por excelencia, esa leyenda que tomó cuerpo en esta ciudad el duodécimo día del cuarto mes de 1867. 

Sindo es el protagonista de la mejor novela que se vaya a escribir sobre Santiago de Cuba. Con él se construye un personaje al que no hay que exagerarle un adjetivo para hacerlo extraordinario, porque su biografía es una lista de curiosidades, genialidades y anécdotas sorprendentes.  

Ese músico capaz de legar a la historia de la trova cubana más de 600 obras musicales, no leía partituras. Era incapaz de reconocer una nota musical escrita en papel pautado. Se sabe que nunca tuvo la más mínima instrucción musical. Todas sus composiciones eran estrictamente de oído. Después, asombrados, amigos se encargaban de pasar al papel aquellas obras que nunca tenían ni un semitono fuera de lugar.   

Pero no solo eso. El autor de Mujer bayamesa o Perla Marina fue un adolescente díscolo que se atrevía a cruzar la bahía para llevar y traer mensajes de los mambises cuando la Guerra del 68, y ganó sus primeros dineros como acróbata de circo de mala muerte. 

Sindo Garay fue el niño que Guillermón Moncada sentó en sus piernas para oírlo cantar, y que décadas después conversó con Julio Antonio Mella; el santiaguero que fumaba dos tabacos diarios desde que tenía catorce años y llegó a vivir 101; el único cubano que ha estrechado las manos de Martí y Fidel; el autor de La tarde o Retorna que compartió escenarios y amistad con Miguel Matamoros y Manuel Corona; el que paseó París junto a Rita Montaner.

Todo eso fue e hizo Sindo Garay. A él le debemos que Santiago de Cuba sea una tierra de leyenda, reconocida en cuanta esquina del mundo hay un hombre feliz. Por eso, los que saben, hoy 12 de abril le encienden un tabaco en homenaje, para que queme solo, y el humo se eleve, mientras va cayendo la tarde.  

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