Chano Pozo y la novela de su vida

Una interesante y profusa investigaciòn de la Filòloga y escritora Rosa Marquetti nos presenta la Editorial Oriente, sello insigne de Santiago de Cuba que este 2021 llega a sus 50 años de creado, en las pàginas de Chano Pozo. La vida (1915 – 1948), un volumen revelador de la existencia casi novelesca de ese genio de la mùsica cubana. 

Si se acerca a este libro conocerà, por ejemplo, que Chano Pozo era feo, feísimo: eso decían hasta las mujeres, que se agolpaban en la puerta de la emisora RHC Cadena Azul esperando verlo salir para que las invitara a salir. 

No sabía leer música: eso aseguraban Bebo Valdés y Mario Bauzá, que lo vieron componer sobre una tumbadora y no se lo podían creer. 

Nunca, ni cuando tuvo más de veinte trajes de dril y un reloj de oro para cada día de la semana, dejó de vivir en un solar. Eso lo afirmó Manana, el rumbero, el que lo vio cubrir una cama con billetes de diez, tirarse encima, sudado, y decir, “hoy fiestamos con los que se me queden pegados en la espalda”.   

Nos cuenta este libro en sus poco màs de 350 pàginas que Chano Pozo no sabía inglés. Nunca lo pudo hablar. No lo necesitó. Dizzie Gillespie juraba que se entendía con él con solo mirarse, y a golpe de miradas entendidas el norteamericano y el habanero le dieron al jazz ese sonido afro con el que hoy es reconocido en medio mundo. 

Dicen que El Cabito, el cubano que le disparó por la espalda en un bar de New Jersey, no era un mal hombre. Solo estaba ofendido porque un rato antes Chano lo habíaabofeteado por un negocio de marihuana que salió mal. Otros, para añadir más misterios a su leyenda, dicen que el asesino cumplía órdenes de los abakuá, que no le perdonaban al tumbador que revelara ritmos secretos de su liturgia en sus composiciones.

Es que así fue Chano, todo en uno. Adicto, popular, abakuá, rumbero, bohemio, inculto, músico genial, humilde, violento, risueño. Vivió apenas 33 años, y fue desde la más absoluta pobreza cubana, la del niño de solar, el clásico negrito huérfano de madre vendedor de periódicos, hasta el estrellato de ser el protegido de Miguelito Valdés, Amado Trinidad y Rita Montaner. 

Nadie se ha explicado en qué tiempo Chano adquirió esa maestría en las tumbadoras, que apenas con 17 años lo puso en la nómina de la Orquesta del Casino de la Playa, y muchos músicos profesionales se quedan sin palabras cuando deben explicar cómo ese hombre podía componer en un par de tumbadoras, y sin saber escribir música.

Lo cierto es que apenas tres décadas de vida le bastaron a Luciano Pozo, a Chano, para inscribir su nombre entre los grandes músicos de este país y encontrar tiempo para inventarse el jazz latino en territorio norteamericano. Y todo eso sin dejar de mostrar aquella perfecta dentadura suya, su señal más clara de saberse ya fuera de este mundo.  

Su muerte, además de con un rumbero menos, nos dejó el pésimo sabor de todo lo que nos perdimos, lo que dejamos de escuchar, lo que dejamos de saber por el conocimiento ancestral de sus tambores. Fue Benny Moré quien mejor lo sintetizó, en su canción rumberos de ayer: “A la rumba yo no voy más/sin Chano, yo no voy más”. 

Nosotros tampoco.    

Acérquese a las páginas de Chano Pozo. La vida (1915 – 1948) un volumen de la Editorial Oriente, y conozca más sobre este genio del pentagrama cubano.

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