DIÁLOGOS CRISPADOS

Entrevista a la investigadora y escritora, Zuleica Romay Guerra

Por: Reinaldo Cedeño Pineda

“En las frases despectivas y epítetos humillantes hacia los orientales, se combinan la arrogancia cultural y la ignorancia”.

Su mirada escrutadora, sus conexiones entre la historia y la actualidad, su capacidad de análisis y su horizonte, la sitúan en la vanguardia del pensamiento emancipador cubano. Desde su propio tiempo ha construido una atalaya para poder divisar con claridad, para dar un paso más.

Nacida en el municipio habanero del Cerro, Zuleica Romay Guerra fue presidenta del Instituto Cubano del Libro. Su labor intelectual ha dejado textos como Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad (Premio Extraordinario de Estudios sobre la presencia negra en las Américas y el Caribe contemporáneos, Premio Literario Casa de las Américas, 2012), Cepos de la memoria (Ediciones Matanzas, 2015, Premio Academia Cubana de la Lengua 2016) y ¿Avispas o Leones? Avatares identitarios de los orientales en La Habana” (Premio de Ensayo, Temas, 2018).

La discriminación es un tósigo, cualquiera sea el resquicio (más o menos velado, más o menos explícito) por donde se infiltra. Por eso, acudimos a una voz autorizada para tocar algunos estereotipos al uso sobre los orientales en el imaginario socio-sicológico y mediático cubano, para calibrar sus consecuencias.

El origen territorial va al centro de la exégesis.

La imprescindible apuesta por la unidad de la nación, los factores educativos y sociales que deja entrever, y los múltiples desafíos a enfrentar, aconsejan el abordaje del asunto de manera inexcusable. Son razones para esta conversación.

¿HABANEROS VERSUS ORIENTALES?

“A mí como habanera ―precisa Zuleica―, siempre me ha llamado la atención las tensiones y los diálogos, a veces crispados, que se producen entre orientales y habaneros, y la manera en que nos vemos mutuamente. Hay una contradicción flagrante entre el papel que ha tenido la región oriental del país en la historia de Cuba y en la construcción de la cultura nacional, y la manera en que los habitantes de ese territorio son percibidos por muchos capitalinos.

“Está mucho más alto el listón de las reales contribuciones de Oriente a la cultura y a la historia cubanas, que la percepción que se tiene de esta región. A mí hace tiempo me interesaba investigar esta aparente incongruencia. Me pregunto cómo han sido construidas estas representaciones que datan de muchos años, y sobre todo, para qué. Una representación social se mantiene solo si demuestra ser funcional: uno se interroga sobre qué efectividad tuvieron en el siglo XIX y qué efectividad tienen ahora mismo, en el siglo XXI.

“Esas representaciones, muchas veces negativas, se construyen sobre todo en La Habana, que no es el Occidente. Es menester decirlo, porque hay una especie de imagen difusa cuando se dice Oriente y Occidente. En nuestro léxico, cuando decimos Occidente frecuentemente aludimos a la capital, no a Pinar del Río y Matanzas, o a Mayabeque y Artemisa, provincias jóvenes que fueron parte de La Habana durante cientos de años. En esa alusión presuntamente cartográfica, pero que resulta sobre todo cultural, el resto de los territorios de Occidente son prácticamente anulados”.

En algunos espacios de nuestra sociedad, pese a todas las transformaciones que han tenido lugar, subsisten imágenes preconcebidas y extravíos a la hora de asumir los “modos de ser cubano” de una manera plural, sin recetas dominantes. ¿Hasta dónde sus investigaciones le acercan o alejan de estas ideas?

“A mí me parece que hay dos agentes que se están quedando muy cortos en esto. Una, es la escuela y otro, son los medios. El discurso de la escuela es demasiado plano. Se habla de la historia política del oriente del país, de la contribución de esa región a la independencia, a la creación de la República… pero, ¿y dónde queda la historia cultural que es tan rica y tan fundamental para entender a Cuba? ¿Dónde queda la historia social que tanto ha aportado a la manera de entendernos hoy?

“Recuerdo una conversación con el historiador, profesor y diplomático colombiano Alfonso Múnera. Me hizo una historia muy jocosa de un lugar en Centro Habana donde se sentó a jugar dominó, se quitó la camisa y la gente pensó que era oriental. Hay momento de la conversación donde yo noto que él se ufana de conocer Cuba y me dice que ha estado en La Habana diecisiete veces. Y yo le dije: ‘Alfonso… ¿y en Santiago de Cuba, cuántas veces has estado?’… ‘No, nunca’, me dijo… Ah, le respondí: ‘entonces no me digas que conoces Cuba’…

“Por eso, cuando en la escuela solo te hablan de los orientales que combatieron, de los orientales que fueron extraordinarios soldados, vanguardia y prestigiosa oficialidad del Ejército Libertador… y no te hablan de que hoy las variantes del son que bailamos y cantamos en Cuba vienen de esta parte; cuando no te hablan de todo el aporte cultural que hizo y hace el oriente a la literatura, las artes plásticas, las artes escénicas, la radio y la televisión, las artes culinarias y muchas cosas más, no entiendes el papel de Oriente en la cultura cubana. Me parece que la escuela tiene que ampliar su espectro”.

ESTEREOTIPOS

Un profundo intercambio con Reinaldo Cedeño en la sede santiaguera de la UNEAC

Estereotipo: molde, norma, patrón, pauta, cliché. Imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable. ¿Hasta dónde podemos detectar el arraigo de ciertos estereotipos en nuestros medios de difusión masiva, en relación con este tema?

“Los medios no están contribuyendo lo suficiente a derruir los estereotipos, sino a fomentarlos. Hay un tipo de persona con unos determinados hábitos, con una determinada forma de hablar, con unas determinadas expectativas sociales…que los habaneros identificamos como ‘el oriental’. Por ejemplo, la variante lingüística más común en la zona sur de oriente es objeto de caricaturizaciones perversas porque ni todos los santiagueros y guantanameros hablan así, y mucho menos todos los orientales. Uno de los últimos ‘chistes’ de este tipo, lo vi en un capítulo de la gustada serie Tras la huella, que transmitieron durante el verano.

“También nos pasa que hay dos generaciones de cubanos que arribaron a la edad laboral en los años noventa, o nacieron a partir de esa fecha, y que han tenido pocas posibilidades de recorrer el país. Tengo la impresión de que muchos habaneros desconocemos cómo es y cómo funciona el resto del país porque no hemos podido estar allí.

“Sí de algo me siento feliz, es de haber tenido unos empleos, unas responsabilidades, que me han permitido recorrer Cuba completa y conocerla bien. Por ejemplo, algunos habaneros conocen a una persona de la región oriental y le dicen: ‘¿y qué, vas para el campo?’ Esa pregunta (que puede ser incluso cariñosa, no peyorativa), desconoce que en la región oriental, el 77 por ciento de la población vive en ciudades, que tienen el mismo estilo de vida, los mismos hábitos y la misma manera de relacionarnos con el medio que los habaneros porque son habitantes de una ciudad. La cultura citadina es una, independientemente del lugar en que se ejercite.

“No tenemos conciencia de que la región más diversa de Cuba es el oriente. Diversa desde su topografía, sus recursos naturales, sus actividades económicas, sus prácticas culturales, la fisonomía de sus habitantes… Es una diversidad mayúscula cuando tú la comparas con el resto de Cuba”.

¿Entonces, es hora de asumir que existe acaso una cuota de ignorancia a la hora de la representación de “lo oriental”?

“Hay dos elementos constitutivos que son muy fuertes: uno es la ignorancia y otro, la arrogancia cultural del capitalino que cree que el país es la capital; si bien, eso no sucede solo en Cuba, sucede en casi todas partes. Ahí tenemos las rivalidades históricas entre Quito y Guayaquil, entre Managua y Granada, o entre Madrid y Barcelona… pero cuando esas peculiaridades se codifican en frases despectivas y epítetos humillantes, es porque se combinan la arrogancia cultural y laignorancia. Y esa forma de referirse al compatriota nacido a cientos de kilómetros de la capital del país, sigue reforzando los estereotipos, va construyendo (y legitimando), representaciones inferiorizantes y peyorativas sobre los orientales”.

Una investigación no se acaba nunca, sino que se deja; pero a estas alturas, ¿tiene alguna recomendación sobre cómo atajar esas representaciones que hacen algunos cubanos sobre otros cubanos?

“Te confieso que yo soy una habanera que entendió lo que significa ser cubana después que conoció al país y no solo a la capital. Ahora yo entiendo lo qué significa ser cubana. Pero, creo que hay que trabajar mucho en las políticas públicas. Creo que a nosotros nos ha perjudicado, en un sentido, la convicción de que somos una sola etnia, una sola nación. Es cierto, lo somos, estamos orgullosos de serlo; pero eso no es óbice para que desconozcamos y les pasemos por arriba a las diferencias culturales entre los territorios.

“Las políticas públicas tienen que incorporar más el elemento territorial. Eso queda claro cuando se habla de políticas económicas, de políticas de desarrollo económico social. Pero, cuando caemos en el campo de las políticas educativas y culturales, o en el ámbito de la comunicación social, el elemento territorial no está lo suficientemente incorporado. No puede confundirse con el regionalismo que nos llevó al Zajón, naturalmente. En años recientes se ha insistido más sobre ese tema, pero hasta ahora la historia ha sido contada de manera muy general y las particularidades regionales se han quedado atrás”.

Su ensayo “¿Avispas o Leones? Avatares identitarios de los orientales en La Habana” propone una mirada sobre el tema a partir de nuestro deporte nacional. ¿Cuáles son los elementos troncales de ese acercamiento? ¿Cómo dialogar con los presupuestos vertidos?

“A mí me pareció que las rivalidades beisboleras, que pueden ser muy fuertes, algo violentas incluso, me podían servir como metáfora para exponer este problema sin generar demasiadas susceptibilidades. Porque a esos que en el Latino se les grita ‘palestinos’, se les aplaude y se les venera cuando ponen en alto el nombre de Cuba en una competencia internacional.

“Traté de analizar lo ocurrido después de 1607, en que mediante Cédula Real se divide la Isla en dos departamentos y se designa a La Habana como ciudad capital. Las ventajas derivadas de la ubicación geográfica de La Habana, de su condición de sede del poder colonial, la puso al frente desde el principio, respecto al resto del país y luego las administraciones coloniales y neocoloniales que sufrimos hasta mediados del siglo XX no hicieron más que entronizar la asimetría de desarrollo y de poder que caracteriza a las sociedades latinoamericanas”.

“Traer esta historia hasta el siglo XXI, 60 años después de una Revolución victoriosa, y analizar los significados de las confrontaciones que tienen lugar en un estadio de pelota, permite justipreciar todo lo que han logrado la unidad, el respeto mutuo y la sana emulación de los cubanos. Las ofensas y las tensiones que tienen lugar en un estadio de pelota no son el problema más grave, aunque, por supuesto, es necesario imponer disciplina. Hay otros asuntos, de larga data y largo alcance que también merecen ser atendidos”.

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