Juan Blanco, cien años de juventud

Tomado de: Granma

Eternamente joven es la obra de Juan Blanco. A cien años de su nacimiento en Mariel el 29 de junio de 1919, cada vez que se escuche la música que compuso estará viva la impronta de un creador adelantado a su tiempo, de alguien quien, como pocos, puede calzar los títulos de innovador y precursor.

No basta con situarlo como iniciador de la música electroacústica en Cuba. Produjo la primera pieza titulada  Música para danza en 1961, valiéndose de un  oscilador de radio y tres mastodónticas grabadoras de cinta magnetofónica y ya era posible advertir en ella el latido de una inquietud que iba más allá del mero atrevimiento tecnológico: Juan apostaba por desarrollar una nueva estética del sonido y, a la vez, una nueva perspectiva en el oyente. A esta concepción llegó después de asimilar selectivamente las informaciones disponibles sobre prácticas similares en otras partes del mundo y de aprovechar los materiales compartidos por Alejo Carpentier en las tertulias de la casa habanera del escritor.

Desde mucho antes  el músico se había interesado por explorar fuentes sonoras no convencionales. Por los días en que culminaba su formación básica en el Conservatorio Musical de La Habana donde fue discípulo de José Ardévol –estudios por vocación– y de Derecho en la Universidad de La Habana –estudios por imperativo económico–, se las ingenió para diseñar un aparato al que llamó multiórgano, inscrito en el Registro de Patentes y Marcas de la República de Cuba en 1942, inspirado en  el famoso theremin. En los años 50 estrenó sus primeras obras para formatos instrumentales tradicionales, entre las que sobresale el Quinteto para maderas y violoncello.

En tiempos de inconformidad contra la situación política y social imperante en la Isla, Juan ingresó en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, donde conoció a otros artistas e intelectuales de ideas progresistas. De tal modo se vinculó al equipo de producción del filme El Mégano, censurado por la dictadura, prestó su transporte para el traslado de cámaras a las locaciones y compuso la banda sonora.

Para Juan, como me dijo más de una vez, «el triunfo revolucionario lo cambió todo y a mí también». Dejó la abogacía y se entregó plenamente a la música. Luego de descubrir los procedimientos electroacústicos, puso todo su empeño en ensanchar y consolidar esa senda y atraer a otros compositores a dicha parcela.

El 5 de febrero de 1964 ofreció en la sede de la Uneac el primer concierto público de música electroacústica en Cuba con sus obras Estudios I y II  y Ensamble V. Por esos años recibió encargos para sonorizar exposiciones en el Pabellón Cuba y otros espacios  públicos.

En 1979 el ICAP auspició su iniciativa de habilitar el primer estudio de la especialidad en la Isla y lo rebautizó en 1990 como Laboratorio Nacional de Música Electroacústica (LNME). Desde allí Juan organizó los festivales Primavera de Varadero, únicos de su tipo en el continente, que al ser trasladados a la capital comenzaron a llamarse Primavera de La Habana.

Nunca quiso imponer sus criterios estéticos; pensó la música en términos de amplitud aunque defendió a  capa y espada el máximo rigor formal con independencia de las voluntades estilísticas. Bajo ese principio trabajaron en el LNME compositores cubanos de varias generaciones, incluyendo a los más jóvenes DJ’s, línea en la que ha sido consecuente su hijo y actual director de la entidad, Enmanuel Blanco.

El compositor y saxofonista norteamericano Neil Leonard, quien por cierto viajó a Cuba para festejar el centenario del maestro, definió la obra de Juan con estas palabras: «La música de Blanco es música cubana. No puede salirse de la música cubana. No importa cuál sea el tema o los instrumentos que haya elegido. Puede recrear en una obra un tema asiático, y seguirá siendo música cubana».

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